La historia que el rector de la iglesia contó desde el púlpito

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La historia que el rector de la iglesia contó desde el púlpito

Soy un lector perezoso y pocas veces reuno fuerzas para leer una novela larga.

Por eso prefiero los libros de cuentos.

Hace mucho tiempo que leí El Aleph, un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges, publicado en 1949 y reeditado luego muchas veces por el autor y después de su muerte por María Kodama.

Aleph (ℵ) en unicode hexadecimal 2135 es la primera letra del Alfabeto Hebreo y es también el primero de los números transfinitos lo que le convierte en el mas pequeño de los infinitos.

La obra contiene diecisiete cuentos. Uno de esos cuentos es Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto.

Trata de dos amigos, Dunraven y Unwin, que viven en Cornwall

una tarde de verano de 1914, Dunraven le relata a Urwin una historia que empieza así:

—Acaso el más antiguo de mis recuerdos —contó Dunraven— es el de Abenjacán el Bojarí en el puerto de Pentreath. Lo seguía un hombre negro con un león; sin duda el primer negro y el primer león que miraron mis ojos, fuera de los grabados de la Escritura …

Abenjacán parece tener mucho dinero y comienza la construcción de una enorme casa con forma de laberinto. Esto produce escándalo en Pentreath y el cura desde el púlpito, sin decir su nombre, censura a Abenjacán contando la historia de un rey a quien la Divinidad castiga por haber erigido un laberinto.

La historia que cuenta el rector de la iglesia es otro cuento dentro del mismo libro. Se titula Los dos reyes y los dos laberintos.

Esta es la historia completa del cuento Los dos reyes y los dos laberintos:

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres.

Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto mejor y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día.

Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo:

“¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso”.

– Jorge Luis Borges , 1949